martes, 18 de abril de 2017

Estamos mirando en la dirección equivocada





En sociedades como en las que vivo lo normal es que como ciudadanos nos preocupemos por las actuaciones de nuestros políticos. Queremos que se nos tenga en cuenta a la hora de tomar decisiones en los parlamentos porque se supone que las decisiones que se toman allí afectan a nuestras vidas. Ejercemos nuestro derecho al voto y a la manifestación para mostrar nuestro acuerdo o desacuerdo con las acciones que hace la clase política y nos lo tomamos muy mal cuando el gobierno de turno toma medidas impopulares sin tener en cuenta nuestras opiniones.
No obstante a nadie parece importarle lo que se cuece en las reuniones del W3C, de otros consorcios de estándares o de corporaciones como Apple, Alphabet, Facebook etc. Cuando lo que allí se decide va a impactar mucho más directamente y mucho más drásticamente sobre nuestras vidas que la  enésima ley de educación.
Damos por hecho que esas decisiones pertenecen al ámbito privado de las empresas o los comités y que evidentemente ahí no pintamos nada. No sólo aceptamos sin problemas que no tengamos derecho a dar nuestra opinión allí sino que es algo que, en general, no nos preocupa en absoluto, nos trae al pairo. Al fin y al cabo son empresas privadas ¿no?
Asumimos de forma inconsciente, que si dichas entidades tomaran decisiones que pudieran alterar demasiado nuestro modo de vida "alguien haría algo", principalmente las instituciones públicas o que, en el peor de los casos, nosotros como consumidores tenemos la libertad de dejar de utilizar un servicio si el fabricante que lo proporciona hace algo que no es de nuestro gusto.
Las empresas y consorcios que se encargan de tejer la realidad tecnológica del mañana (que cada vez más tiende a ser la "realidad" a secas) conocen perfectamente nuestro desinterés general por sus investigaciones y lo celebran. Están encantados que les dejemos trabajar sin prestarles casi ninguna atención. La política además les proporciona una estupenda cortina de humo para mantener a la gente distraída y refunfuñando desde las mismas redes sociales que parte de estas empresas proporcionan y facilitan para mantener nuestra miopía.
Y mientras, ellos avanzan definiendo protocolos de comunicación, algoritmos de inteligencia artificial, sistemas de encriptación, estrategias de marketing digital, patrones de comportamiento y toda una serie de mecanismos que permitirán que cada día sea más fácil manejarnos como a meras hormigas de laboratorio.
Nosotros, a lo nuestro, preocupándonos de si se saca tal o cual autobús propagandísitico a la calle, de si tal o cual figura política ha publicado tal o cual disparate, de si se ha producido tal o cual caso de corrupción. No digo que esos asuntos no tengan importancia pero sigo pensando que tienen menos importancia que otras decisiones que toman dichos agentes privados y que van a determinar que vas a hacer dentro de unos años desde que te levantes hasta que te acuestes, que van a dictaminar de que vas a trabajar, -si es que vas a trabajar-, que es lo que vas a ver, escuchar y que vas a poder o no poder decir o publicar. La tecnología sigilosamente se va introduciendo en los ámbitos políticos, económicos y sociales. Nosotros seguimos viviendo en la alucinación de que cuando queramos podemos dejar de utilizar las redes sociales, el correo electrónico, las tarjetas de crédito o incluso la propia internet mientras seguimos facilitando alegremente más y más información acerca de nuestra vida y nuestras personas a cambio de una nueva colección de emoticonos. Esta información sirve para refinar cada vez más los algoritmos que crean modelos que permiten predecir y adivinar nuestro comportamiento. Ante este hecho no puedo dejar de recordar a los indigenas americanos que entregaban grandes extensiones de terreno a los colonizadores a cambio de baratijas y cuentas de vidrio de colores.
En el background de todo esto hay un grupo de personas muy inteligentes que sueñan con llevar a cabo sus utopias y están convencidas de poder diseñar el destino de la humanidad  a su gusto sin, por supuesto, tener que pasar por el engorroso e inútil proceso de consultar nuestra opinión al respecto.

Foto: Alviman